CASTILLO, ¿TRINCHERA O KAMIKAZE?
La aprobación del presidente Pedro Castillo ha subido nuevamente según la última encuesta del IEP (Instituto de Estudios Peruanos). De seguir así, pronto superará el 30% y recuperará el sur que ya le era esquivo. Esto coincide con uno de los peores entrampamientos que hemos vivido en política, con el capítulo judicial más crítico que afronta el mandatario y con la embestida más feroz de la oposición. Y a nadie le queda duda de que ha sido el mismo Castillo (con el invaluable apoyo de sus asesores) el que ha cavado su propia tumba; como tampoco hay duda de que no solo él debe irse, sino todos.
Se ha escrito mucho intentando explicar el aumento de la aprobación de Castillo en medio de la turbulencia política. Una de las hipótesis que manejan los eternos analistas de programas televisivos es que el presidente ha logrado victimizarse exitosamente ante las provincias mientras enarbola un mensaje de odio contra los medios. Por supuesto esto no tiene ningún asidero, sencillamente porque nadie cree ciegamente en la inocencia del presidente y no es necesaria ninguna campaña para desprestigiar (más) a la prensa nacional.
Otra hipótesis asegura que los peruanos excluidos y críticos del sistema apoyan al presidente bajo la simple premisa de “será ladrón, pero es nuestro ladrón”, como si todos careciesen de moral. Por supuesto que la fábula del buen ladrón -afortunadamente- no es la postura civil mayoritaria. No se puede generalizar tan fácil y creer que los que aún apoyan la permanencia de Castillo son un pueblo ávido de ser robado por uno de los suyos.
El apoyo al mandatario se explica mejor como una trinchera o una postura kamikaze.
Cada día hay más rabia contra la clase política, sobre todo con la parapetada en el Congreso que ya roza el dígito de aprobación. En provincia se le exige a menudo al presidente que disuelva el Congreso. Esos ciudadanos son conscientes de que lo más probable es que Castillo termine en la cárcel por lo que le exigen el “gesto histórico” de ir contra el Legislativo antes de que este vaya contra él. A Castillo se lo ve como la trinchera que puede recibir toda clase de golpes y aguantar hasta que los contrincantes pierdan la cabeza por no saber cómo combatirlo. A mucha gente le gusta ver cómo rabian los políticos y empresarios cada vez que disertan sobre la mancillada investidura presidencial, sobre los principios de la democracia y la economía o el daño irreversible a la imagen del país en el mundo.
Hay gente que aprueba la gestión de Castillo en las encuestas solo para darle jaqueca a la prensa y a la Confiep, y porque no encuentra otra forma de hacer llegar su voz de rechazo ante lo que consideran un cargamontón sin precedentes. Nadie quiere que un presidente robe solo porque vino de abajo, lo que quieren algunos es saborear el espanto de los privilegiados que pontifican a diario sobre el voto de los no pensantes.
Castillo también es visto por otros como un posible kamikaze o una pieza de artillería antes de ser vacado. Castillo ya no tiene devotos ni santos que lo salven, lo que tiene es un batallón de gente muy enojada que no dudaría en lanzarlo en llamas contra el fortín enemigo con tal de que el incendio llegue a todos. Y es que la percepción de que los que se desbarrancan en cada crisis son siempre los de abajo es muy latente, y entonces los de abajo se preguntan ¿por qué no nos desbarrancamos todos por igual? ¿Por qué solo unos pagamos los platos rotos? Entonces los índices sobre la recesión económica y la confianza en el Perú dejan de asustar si siempre se vivió con poco o nada.
Entre quienes aprueban la gestión de Castillo hay tres sectores: el esperanzado, que es el minoritario y que aún cree que Castillo es de izquierda y puede cambiar las cosas; los que lo apoyan por identificación social cansados de que se haga con un presidente lo que nunca se hizo con otros; y quienes lo necesitan para agudizar las contradicciones y consolidar un bloque civil con miras a escenarios futuros.
El dilema es que el armazón del poder y la gobernabilidad en el Perú en estos momentos está tan tenso y tan peligrosamente en equilibrio que nadie puede ceder un centímetro o mover un resorte por riesgo de que todo salga volando por los aires.