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Los socialmente “mineros”

Publicado: 2012-04-09

En cualquier parte del Perú…

La gran minería ha generado crecimiento, desarrollo y progreso. Innegable. Sobre todo en las regiones donde se practica directamente y gracias al aporte económico, entonces llamado “Óbolo minero”, fondo de solidaridad, canon y/o regalías. Ahora se espera el gravamen.

Siendo más puntuales. La gran minería, en las regiones donde se practica, ha generado crecimiento, tanto en infraestructura como en movimiento comercial, barrios nuevos con evolución algo desordenada e informal, grandes centros comerciales, más hoteles, más night clubs, más vuelos aéreos y un aumento significativo del parque automotor, sobre todo camionetas. Mas no así, un verdadero desarrollo o progreso, ya que ello significa otro tipo de avance, más institucional y social: nutrición, salud, educación, etc., lo que evidentemente no ha ocurrido. Y por el contrario, en las zonas consideradas mineras, los conflictos sociales se han triplicado. En la mayoría de los casos con comprobados abusos por parte de la empresa minera. Abusos que van desde la estafa en el precio de las tierras compradas, la evidente contaminación y la represión policial como una política de disuasión del descontento.

La percepción general es de un crecimiento incompleto, injusto, chueco. Un crecimiento que beneficia más a unos que a otros; a los que, básicamente, lograron “saltar la valla”: la prerrogativa de los mineros como dueños de las pistas con sus camionetas y la prepotencia de sus jaranas a media semana.

Obviamente la inversión y el gasto social le conciernen al Estado; pero ¿qué pasa cuando Ejecutivo y la minera son una sola, prácticamente siameses?

A esta percepción, a este descontento, la respuesta oficial suele ser la misma desde hace más de una década: “la mina no sabe comunicar bien todas sus bondades” o “exíjanle a sus autoridades corruptas e incapaces que aprendan a gastar la plata”. Y por supuesto, el debate eterno sobre si las alcaldías, gobiernos regionales y universidades saben o no gastar la plata del canon minero es tan controvertido y antiguo como la denuncia de que el SNIP y el Gobierno Central ponen trabas a propósito para impedir el desarrollo real de las regiones “mineras”, sobre todo de las que buscan la implementación de industrias locales que generen independencia económica respecto de la mina.

Por lo que, la intención de este breve texto es más bien contar la curiosa historia de Juan X, un ciudadano peruano común y corriente, de provincia, que logró “saltar la valla” y convertirse en socialmente “minero”. Juan X no es una persona específica ni representa a la mayoría. Juan X es una mini-generación y una expresión social que evidencia cómo se mueven algunos odios y amores en torno a la gran minería.

Juan X era un universitario valiente que defendía sus ideales frente a sus compañeros, profesores y autoridades. Se lo veía a menudo en las protestas contra los abusos que cometía la minera en su localidad. Llevaba pancartas, arengaba y organizaba vigilias. Estaba a lado de los comuneros y se emocionaba con la defensa del medio ambiente. Juan X era un líder juvenil.

Juan X terminó la universidad y no encontraba trabajo, la plata le faltaba y se iba quedando solo. Se sentía estafado, muchos de sus amigos, hermanos de protesta e indignación, habían aceptado los trabajos que la mina les ofreció a cambio de “moderar” su discurso.

Juan X, cansado de traiciones y carencias, buscó un trabajo en la mina. Al inicio no fue fácil, pero con vara todo se puede. Su nombre ya no estaba vetado para la gran industria.

Juan X es bachiller en ingeniería. Empezó ganando 800 soles y luego 1500. Trabajaba todo el día. Se despertaba de madrugada para viajar durante un par de horas hasta el asentamiento minero. Regresaba fatigado a la ciudad, pero se daba tiempo para salir con los amigos.

Juan X fue ascendido en la mina y su sueldo se incrementó a 3000 soles mensuales. Juan X tuvo un interés distinto en la política del país. De repente, muchas cosas le causaban malestar y no entendía el porqué. Sus gustos empezaron a cambiar. Ahora visitaba solo pubs y restaurantes exclusivos. Descubrió que ese era su mundo, con la gente “de su nivel”.

Juan X tuvo otro ascenso, ahora ganaba 7000 soles al mes. Los años pasaron, se recibió de ingeniero civil, se casó y tuvo su primer hijo. El tiempo avanza en un abrir y cerrar de ojos, y Juan X matriculó a su hijo en un colegio muy exclusivo, donde se habla mayormente inglés. Un colegio para mineros, como le dicen en la ciudad. Ahora que Juan X tiene plata siente que todos lo envidian, que sus vecinos hablan a sus espaldas, que sus familiares solo quieren sacarle plata. Siente vergüenza de sus familiares de poncho, llanques y sombrero. Cuando pasa en su camioneta hace como que no los ve, ya son invisibles.

Juan X ahora gana 17 000 soles. Y está realmente convencido de que a esos revoltosos comuneros que bloquean pistas hay que meterles balas sin piedad. Por que por culpa de ellos el Perú no avanza. Juan X tiene información de primera mano sobre derrames de elementos químicos por parte de la mina y de injusticias cometidas por la empresa contra los campesinos a los que desaloja prepotentemente de sus tierras, pero se hace el desentendido. Juan X le dice a sus amigos, entre copas, que él es de derecha, que el cholo es pobre porque es haragán y que todo lo espera de “papá Gobierno”. Entre tragos, también, les confiesa a sus amigos que la mina sí contamina, pero qué importa si al fin uno puede ahorrar y comprarse una casa en la costa para vivir con sus hijos, y que además todos vamos a morir de viejos, de una u otra forma.

A Juan X, que ahora siempre anda en camioneta, le dan miedo las calles por las que antes transitaba libremente cuando era un flaco y simple universitario. Siente que parte de su juventud fue un desperdicio, pero que ahora todo está en su lugar y que todo lo que tiene se lo merece porque se ha matado trabajando para salir adelante. Y cree firmemente que los revoltosos, esos campesinos, solo aprenderán con palo y con bala, y que únicamente se sublevan porque quieren plata fácil, su tajada para volver a quedarse callados.

Ahora está convencido de que es un hombre de derecha y que la mayoría lo envidia porque él sí puede darse el lujo de vivir en reuniones de hoteles, pubs y discotecas “solo para socios”, en un pueblo donde la pobreza, la desnutrición infantil y la falta de servicios básicos campean. Juan X cree fervientemente en el desarrollo del Perú y de su región, siempre y cuando el concepto pase por su bolsillo, y solo sea para los que se lo merecen. Habla de progreso y desarrollo cuando en realidad quiere decir que sus beneficios económicos son intocables, su sueldo. Muchas veces con aires de superioridad se da el lujo de odiar la ciudad donde trabaja porque no hay donde divertirse, y no hace mucho por ocultarlo. Juan X es, digamos, el embajador de la mina en la sociedad.

El otro día Juan X se encontró con una protesta universitaria contra la minera de su localidad, y su acucioso hijo le preguntó: ¿por qué gritan esos señores? Y Juan X le respondió: no lo vas a entender, es muy complicado, pero te diré que es gente que no trabaja ni deja trabajar. Pero para sus adentros, Juan X sabe que la respuesta es muy distinta, y siente algo de nostalgia.

No todos los mineros son Juan X, por supuesto, pero de que los hay los hay, y en montón.

Y por supuesto que para los verdaderos directivos y funcionarios de la minera, los socios mayoritarios, todos los Juan X son simples y cotidianas piezas intercambiables.


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